06 febrero, 2009

Confusión entre 2 frentes de las FARC, propicio la masacre de los Diputados del Valle

Semana. “Eran como las cuatro de la tarde del 17 de junio. Yo dormía en una caleta con Ramiro Echeverri (uno de los diputados) Ahí estábamos Héctor Arizmendi, Carlos Barragán, Carlos Charry, Francisco Giraldo, Jairo Hoyos, Nacianceno Orozco, Édison Pérez, Alberto Quintero y Rufino Varela, pero estábamos divididos en dos grupos.

Ese día habíamos pedido que nos cambiaran un plástico porque estaba roto y gotereaba. Cuando llegó el nuevo lo partieron en dos. Yo le dije a Ramiro que sólo necesitaba un pedazo. Estábamos en esas cuando a un guerrillero le pareció que estábamos hablando muy duro. Nos dijo: “¡hijueputas, dejen la bulla!”. Y yo le respondí: “mire señor, no nos hable así”. Eso fue todo.

Eran como las 4:30 de la tarde cuando llegó la comida. Yo comí, terminé de cepillarme y como a las 5 llegó el segundo al mando y dijo: “gordo, camine”. Hubo resistencia, pero me paré y me fui. Estábamos en el sector norte, por decirlo de alguna manera, y me bajé al sector sur donde estaban la mayoría de los guerrilleros. Fueron como unos
30 metros abajo. Allá le pregunté al oficial que qué me iban a hacer. Y me dijeron algo así como: ‘es que usted es muy rebotado, un subordinado’.

En ese momento llegó una cadena como de camión. A mí ya me habían encadenado, pero con eslabones más delgados, pero esa era muy gruesa. Me la pusieron inicialmente en un mano. Yo pasé la noche y me movieron a unos 50 metros, cerca de una palma de chonto, ahí armé cama y pasé la noche, casi totalmente tapado. Sin embargo, al día siguiente me subí sobre la caleta cuando veía que se podía, suponía que algo había ocurrido. Pasó el viernes, el sábado, el domingo y llegó el lunes 18.

A nosotros nos servían el almuerzo a las 11 de la mañana y ellos comían siempre media hora después. Almorcé, me cepillé y guardé el cepillo. Cuando escuché dos disparos, como desde afuera. Inmediatamente se sintieron otros dos disparos. Pasaron unos 2 ó 3 minutos. Me tiré al piso, pensé en rescate, y lo único que recuerdo es que pedí a Dios que me protegiera. Después de unos tres minutos empezaron unas ráfagas taque, taque, taque, taque, taque. Fueron muchas ráfagas. Oí al oficial que había ordenado mi encadenamiento, y ese oficial dijo ‘¡que no los dejen ir, no los dejen ir!’. Yo no escuché nada más. Eso fue como a la mitad de las ráfagas.

Después pasó todo y llegó un silencio de unos 10 minutos. Me quedé en el piso. Lo mejor era no moverse para que no lo detectaran. Yo me quedé quieto cuando vi por un hueco, entre las palmas de chonta, a unas personas, como a unos 20 metros. Entonces yo supuse que eran los de las Farc, porque si fueran soldados que venían a rescatar, caminarían más lento. Yo me paré. Algo me dijo que tenía que pararme y me senté como para dar sensación de normalidad. Esa persona llegó, se quedó detrás de una muralla. Lo vi como revisando el candado de la cadena. Preguntó ‘¿quién ha pasado por aquí?’. Yo dije que no había pasado nadie.

El tipo duró un tiempo en esas. Yo estaba en mi caleta y había un tronco de árbol, y se sentó un instante a pensar. Llegó otro guerrillero. El uno le dijo al otro que se quedara aquí, que iba a preguntar qué hacer con este señor, o sea yo. Fue y regresó a los cinco minutos. Y cuando regresó me ordenó que empacara. Metí lo poco que tenía, lo del aseo. No me sacaron por el camino de siempre, sino que me dieron una vuelta larga y cuando pasé por la mitad vi que al ladito había unas comidas. Ahí estaba un oficial y el que le seguía. Les dije que porqué no me prestaban el maletín mío, y me gritó: ‘¡este hijueputa, usted siempre jodiendo, no ve que los chulos se metieron! Agradezca que está vivo!’

Vi sus rostros desfigurados y además de eso, yo sentí el ambiente como maluco. Cuando el otro se fue a preguntar qué hacían conmigo, intenté levantarme para ver al otro lado y mirar, pero inmediatamente el muchacho me dijo eche para allá. ‘¿Y mis compañeros?’, ‘No sé, no sé’, respondió.

Yo no vi cuerpos. Yo pregunté si a mis compañeros ya los habían sacado, y me dijeron que sí. Continuamos, llegamos a una quebradita, me hicieron subir con la cadena y caminamos como 30 minutos hacia un cerro. Allá llegamos, me sentaron en el camino, después de haber llegado pasaron dos guerrilleros nuevos que yo no había visto. Al rato bajó el comandante y ordenó que me escondieran, que me metieran con cuatro guardias. Era el mediodía. El sol era esplendoroso. Como a las 2 de la tarde se puso gris.

(...)

Por esos días estaba yo hablando con unas personas, no puedo decir los nombres porque los fusilan. Yo volví a preguntar por mis compañeros, entonces fue cuando me dijeron que ‘unos guevones del 29 llegaron sin avisar’. Cuando iba a preguntar más llegó alguien y no pudimos hablar más.

(...)

El jueves 28 a las cuatro de la mañana, en la radio, Fabiolita Perdomo había leído un comunicado de las Farc diciendo que un grupo armado no desconocido había aparecido y que en el fuego cruzado se habían muerto los diputados. Yo no lo podía creer. Yo había descartado esa posibilidad. Me llegó el desayuno como a las 6:15, le dije al que me lo llevó que le comunicara al comandante que oí esto, esto y esto. Volvió, y me dijo: ‘que le mandan a decir que todo lo que ha escuchado, es verdad’”.


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