El Nuevo Herald. Colombia. La pasión de los narcotraficantes y otros criminales colombianos por la crianza de ciertos animales no ha sido siempre un modelo de buen corazón sino, por el contrario, de refinada criminalidad.
El reciente hallazgo de un león africano adulto abandonado en la hacienda del narcotraficante y paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias "Macaco'', autor de más de cinco mil homicidios registrados por la justicia y jefe de un ejército que alcanzó a tener 16 mil hombres en armas, apoya versiones de campesinos entregadas a fiscales sobre víctimas de masacres que no han aparecido porque con ellas habrían alimentado a esa y probablemente otras fieras, incluidos cocodrilos.
El león de "Macaco'', que pronto pasará a un zoológico, vivía en el foso de una hacienda recientemente incautada por la policía en el departamento de Antioquia.
Oficiales del Cuerpo Técnico de Investigaciones, CTI, de la Fiscalía General de Colombia consultados por El Nuevo Herald no descartan la posibilidad de que el animal en verdad haya comido carne humana, pues, como dijo uno de ellos, hay denuncias en distintas regiones del país sobre personas que paramilitares asesinaron y le dieron sus restos "dizque de comer a cocodrilos, tigres y leones''.
La delincuencia colombiana también ha desarrollado técnicas con animales salvajes para trasladarles la culpa de centenares de homicidios. El paramilitar José Gregorio Mangones Lugo, alias "Carlos Tijeras'' le confesó a un fiscal el uso de serpientes cascabel, una de las más venenosas del mundo, para asesinar campesinos.
La justificación para el uso de esta práctica ha sido, según sus propias palabras, esta: "como el Derecho Internacional Humanitario dice que después de tres muertos se habla de masacre, el propósito era que no nos achacaran tantas masacres, entonces utilizábamos las serpientes y estas muertes se contaban como accidentes de la naturaleza''.
De acuerdo con "Carlos Tijeras'', ''había masacres que teníamos que hacer'' y para evitar, por ejemplo, que diez homicidios de personas de una misma parroquia fueran registrados como masacre, los escuadrones de la muerte debían eliminarlos el mismo día pero "de uno en uno, llevándolos a otro lugar distante del primer hecho para que apareciera como otro caso, pero esto era doble trabajo para el personal y recurrimos a las culebras''.
Este método ha sido adicionalmente eficaz, si bien, agregó, "no quería [él] aparecer dando de baja a mucha gente en unas comunidades que ya nos habíamos ganado'', agregó.
Otros tres jefes paramilitares presos en cárceles de las ciudades de Barranquilla, Santa Marta y Bucaramanga, contaron a este periodista en sendas entrevistas que pronto confesarán a la justicia masacres cometidas con serpientes "cascabel y mapaná cuatronarices''.
"Los muertos quedaban como picados por accidente y así murieron muchos'', afirmó uno de los paramilitares que piden no ser identificados antes de las confesiones que harán articuladamente en busca de beneficios judiciales.
En el norteño departamento de Sucre, a finales de 2005 la justicia ocupó, con la ayuda de la Armada Nacional, la finca El Palmar, situada en el municipio de San Onofre, y encontró 72 fosas con restos de cientos de campesinos asesinados por la organización del narcotraficante y líder paramilitar Rodrigo Mercado Peluffo, alias "Cadena''.
La hacienda, propiedad de "Cadena'', tenía una laguna que, al parecer, servía de reservorio para el verano y de habitación a "Alfredito'', un arisco caimán de más de seis metros de extensión que supuestamente, de acuerdo con testigos, habría devorado un número indeterminado de personas que "Cadena'' habría lanzado al agua, "vivas y muertas''.
Las denuncias de los campesinos no han sido comprobadas pero no asombran a los investigadores del CTI que se han encargado de verificar los desmanes de este paramilitar, dueño y jefe del ejército "Héroes de los Montes de María''.
Antes de llegar a El Palmar, la justicia ya había ilustrado al menos tres masacres de campesinos que "Cadena'' asesinó, de uno en uno, con un enorme garrote de madera, en las vecindades de San Onofre, Macayepo y Chengue. Por todos, fueron cerca de 50 los muertos, incluida una niña de 6 años que no recibió garrotazos ni sirvió de alimento para "Alfredito'', sino que fue amarrada a un árbol con la cabeza metida entre una bolsa de polietileno cuya embocadura le fue anudada herméticamente al cuello.
Los campesinos que sirvieron de testigos de las masacres les contaron a los investigadores que ‘‘Cadena'' llamaba a su mazo "La Mona'' y lo acariciaba con devoción antes de usarlo. Con los mismos sentimientos, decían, se refería a "Alfredito'', el caimán que supuestamente era alimentado con humanos y habitaba la laguna de El Palmar con otros cocodrilos que, al parecer, continúan allí.
Actualmente, "Cadena'' está desaparecido y las versiones inciertas sobre su suerte se refieren a que estaría muerto o huyendo en territorio de Venezuela.
El uso y crianza de fieras y bestias exóticas para delinquir no es novedoso entre los narcotraficantes colombianos.
Por ejemplo, Pablo Escobar, José Gonzalo Rodríguez Gacha, alias “El Mexicano” y el clan de los hermanos Ochoa Vásquez (José Luis, Juan David y Fabio) en los años 80 llenaron algunas de sus haciendas con rinocerontes, jirafas, hipopótamos, elefantes y fieras rapaces asiáticas y africanas.
Muchos de esos animales vagaban en relativa libertad y la primera hipótesis sobre la afición de los narcotraficantes por esos animales la ofreció el legendario jefe de la policía antinarcóticos g eneral Jaime Ramírez Gómez, asesinado por el primigenio cartel de la cocaína de Medellín, liderado por Escobar, “El Mexicano” y los Ochoa.
Ramírez había descubierto que los grandes embarques de cocaína eran impregnados con excrementos de las enormes bestias porque su hedor, creían los traficantes, asustaba a los perros antinarcóticos de puertos y aeropuertos. Esta creencia terminó por ser desmentida. De todas las enormes bestias importadas por los narcotraficantes solamente han sobrevivido en libertad los hipopótamos que Escobar compró, entre 1981 y 1983, en los zoológicos estadounidenses de C heyenne, Sandiego, Oklaoma, Kansas y Bokkfield.
Todos los animales los liberó en su hacienda Nápoles, en el centro del país, cuya extensión tenía nueve veces el tamaño del Central Park de Nueva York.
Tras la muerte del narcotraficante y el derrumbe de su imperio, alrededor de once hipopótamos descendientes de los primeros desaparecieron andando por su cuenta a lo largo de ciénagas y ríos del centro de Colombia, donde el clima tropical, la vegetación y la humedad les brindan un habitad ideal.
Un macho de cinco toneladas y una hembra con su cría, por ejemplo, en diciembre pasado fueron ubicados en inmediaciones de Bodegas, zona silvestre del municipio de Puerto Berrío. Los tres animales deambulan por una región de 20 kilómetros cuadrados de la cuenca del río Bartolo, tributario del Magdalena, que atraviesa la mitad de Colombia hasta desembocar en el mar Caribe.
Los hipopótamos, cuyos colmillos superan los 50 centímetros cada uno y su mordida genera 500 kilos de presión por pulgada, son las bestias silvestres que más humanos matan cada año en Africa: cerca de 30. En Colombia, sin embargo, solamente se sabe de una persona muerta por uno de estos animales que, en los años 80, salió de la hacienda La Veracruz, de los Ochoa, distante 50 kilómetros de Barranquilla, y mientras entraba al pueblo de Repelón bamboleando su barriga, desnucó una niña al oprimirla contra una pared.
Los que hoy vagan libres son buscados por autoridades ambientales para llevarlos a zoológicos antes de que se agudicen las disputas que sostienen con pescadores artesanales a los que atacan en ríos y ciénagas.