Por Roberto Romero
(P.C.C.)
Bogotá, mayo 7 (Redacción). Puro desespero. No hay de otra. Sabiendo lo que se le viene encima con acusaciones como las de cohecho por los sobornos para garantizar su reelección, en medio de la crisis más profunda que vive el parauribismo, ahora saca del cubilete para embrujar incautos, el conejo de las acusaciones contra dos viejos desmovilizados de la guerrilla: Gustavo Petro y León Valencia, y de paso, atacar la dignidad del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado en cabeza de Iván Cepeda.
Sabiendo que ese distractor puede apuntalar su galería, que empieza a resentirse con tanta denuncia, exige bravucón por segunda vez en menos de 48 horas, que los dos viejos ex levantados en armas, resarzan a sus víctimas (que nadie les ha probado) después de confesar quiénes fueron sus cómplices.
Petro, con precisa inteligencia, no dudó en señalar quien fue su carnal de andanzas subversivas: ni más ni menos que el ilustrado José Obdulio Gaviria, consejero de primera línea de Uribe.
Petro vuelve a contar lo que todo el mundo sabía, que Gaviria como militante del Partido Comunista Marxista –Leninista y su ala armada, el Ejército Popular de Liberación, trasegó por los parajes de la izquierda radical. Imposible que Uribe no lo supiera si su mismo consejero lo ha admitido.
El presidente ahora dice que la afirmación de Petro es un mal chiste. Lo que sí no es un chiste y menos para la dignidad nacional, es la doble moral del presidente. Todos los colombianos deben recordar uno de los actos de adhesión más singulares de la primera campaña electoral de Uribe. Faltando pocos días para las elecciones, decenas de ex cuadros del desaparecido M 19, encabezados por la viuda de Carlos Pizarro Leongómez, le organizaron, con el apoyo del candidato, por supuesto, un homenaje a quien se lanzaba a la presidencia ondeando como bandera principal la derrota de la guerrilla.
Nadie oyó en el discurso del candidato la más mínima recriminación contra los adherentes, ni que le rindieran cuentas por sus actos del pasado ni muchos que resarcieran a las posibles víctimas. Por el contrario, Uribe aceptaba los nuevos y singulares apoyos como un gesto de reconciliación, de perdón y olvido.
Lo mismo se podía decir, meses después, cuando la Casa de Nariño resolvió nombrar a varios ex guerrilleros del M 19 y del EPL en altos cargos públicos. Como Carlos Franco, el gris jefe de la oficina de derechos humanos, Everth Bustamante en Coldeportes y Rosemberg Pabón en el Dansocial ¿Dónde están las exigencias como las que ahora en forma trasnochada lanza orondo el presidente?
No hay duda. Si Petro y León Valencia no se hubieran atrevido a denunciar los crímenes paramilitares y se pasearan, como sus ex amigos conversos en los pasillos oficiales, no serían objeto de la diatriba presidencial.
Como no lo han sido y no los serán, salvo si en un impensable arranque de dignidad rompen con su jefe, personajes que en una vez pertenecieron a la insurgencia como Jaime Fajardo Landaeta (alias comandante Luis Gómez y/o Jorge Ocampo), ex asesor de paz de la gobernación de Antioquia, y Anibal Palacio, uribistas de tiempo completo.
Y grave lo de Iván Cepeda. Se le cobra su consecuencia con el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado que tuvo su bautizo de masas el 6 de marzo con la formidable movilización nacional y en el exterior. Y más recientemente el plantón en la embajada de Costa Rica contra el asilo imposible del primo del presidente.
¿Hasta dónde va a llevar Uribe al país, en este torbellino de intemperancias? La desesperación es la peor consejera, señor presidente.
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07 mayo, 2008
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