Semana. La noche del miércoles 21 de enero fue larga y angustiante. Doña María Eugenia Gutiérrez dio vueltas en su cama, rezó una y otra vez el Padre Nuestro y el Ave María y se la pasó imaginando cómo sería ese momento en el que tuviera que recoger el cadáver de su hijo.
Nolbeiro Muñoz Gutiérrez, de 23 años, un desmovilizado de las Farc, apareció muerto el pasado 17 de septiembre en un paraje del municipio de Chivor, en el departamento de Boyacá, junto con Alexánder Quirama, de 31 años, ambos vecinos de cuadra. Los dos fueron reportados como muertos en combate por tropas del Batallón Bolívar del Ejército, un día después que desaparecieron de su barrio la localidad Rafael Uribe de Bogotá.
Así como pasó la noche, el viaje para recoger el cuerpo fue eterno y doloroso. Desde Quipile, en donde vive, viajó hasta Bogotá y a las 4 de la mañana en punto de este jueves estaba lista en la sede de la Personería Distrital, en el centro de la ciudad. Engarrotada del frío, vestida toda de negro, con un pañuelo blanco que apretaba entre sus manos y en absoluto silencio, María Eugenia se subió a la camioneta de la Personería al lado de su nuera, Constanza García, una jovencita también desmovilizada, que decía estar lista para reconocer el cadáver de su novio Nolbeiro. Junto a ellas iba Héctor Quirama, el hermano de Alexánder, un paisa de 30 años que recordaba nuevamente que su hermano padecía serios problemas mentales y que por eso no entendía cómo el Ejército lo “dio de baja” en un supuesto combate.
Llegar al municipio de Chivor toma unas cuatro horas. Se arranca por la Autopista Norte, luego se llega a una carretera de cascajo llena de huecos y polvo, y después hay que atravesar la represa en un planchón, para luego andar otra vez por una carretera destapada y llegar finalmente a esta remota zona esmeraldera que, hasta hace 10 años, tenía graves problemas de violencia.
Pasadas las nueve de la mañana, llegamos al pequeño pueblo que está empotrado en una montaña. Hubo que legalizar documentos, buscar autorizaciones, poner una firma aquí, otra allá y por fin, a las 4 de la tarde, ambas familias se fueron rumbo al cementerio en una procesión de tres policías, el alcalde, dos improvisados sepultureros y la mirada curiosa de los chivorenses a las afueras del campo santo.
En esta zona, donde ahora la vida pasa tranquilamente, el rumor es que la muerte de los muchachos fue otro falso positivo del Ejército. Las familias no se explican por qué desaparecieron de Bogotá un día y al otro aparecieron muertos con armas de largo alcance.
“A mí me llamaron la madrugada del 17 de septiembre los campesinos de la vereda Camoyo. Me dijeron que habían oído disparos y que habían muerto dos personas. Después el Ejército me contactó y yo fui hasta el lugar. Hablé con un cabo que estaba al mando de los militares y me dijo que dos días antes estaban patrullando la zona porque sabían de la existencia de bandas en el lugar”, dijo a Semana.com Néstor Sánchez, alcalde de Chivor.
Dicen en el pueblo que a uno de los muchachos lo encontraron atracando una tienda de carnes días atrás (Alexander, el que padecía trastornos mentales). Pero que al otro no lo conocían. El Ejército se mantiene en su versión de que fue una baja legal y que las explicaciones que tiene que dar las entregará a la Fiscalía.
***
“Yo tengo una cosa en la garganta que no me deja pasar saliva; eso es porque no he llorado”, dijo Constanza mientras miraba las dos bóvedas donde reposaban los cuerpos de Nolbeiro y Alexánder, identificados cada una como “N.N.1 Moreno” y “N.N.2 Mono”.
Más de una hora se tardaron en romper el adoquín y el cemento con el que sellaron la tumba de ambos. Aunque los mazazos daban contra la pared, doña María Eugenia sentía que eran contra su corazón: “Ay Dios mío, Dios mío”, susurraba la señora ahogada en lágrimas, apretando las manos contra el pecho, como queriendo que no se le saliera.
Mientras eso pasaba, casualmente otra noticia de falsos positivos se conocía en Bogotá: la destitución de 10 militares que habían pasado por el batallón La Popa, en Valledupar, responsables posiblemente de un sinnúmero de asesinatos fuera de combate que en varias ocasiones hicieron pasar como guerrilleros dados de baja.
“Uno lo que se pone a pensar es que ellos hicieron este mismo recorrido que acabamos de hacer nosotros, ¿pero para qué?, ¡a esto tan lejos! yo todavía no entiendo nada”, dice Héctor Quirama, quien en dos oportunidades había hecho el mismo viaje averiguando por la suerte de su hermano.
Resignados, todos se devolvieron para Bogotá. Doña María Eugenia, con ese silencio que lo dice todo, se sentó en su silla y sollozó un rato largo. Constanza sacó un reproductor de música y por fin se desahogó al escuchar el corrido de un cantante del Caquetá, llamado Uriel Henao, que inevitablemente le recuerda a Nolbeiro: “Te amo, y no puedo ocultarlo, y no puedo evitarlo, tu me vas a matar. Te extraño, desde el día en que te fuiste y me dejaste tan solo, sufriendo mi penar”, cantaba Constanza, quien estuvo en Chile y luego en Tel-Aviv, Israel, desde donde regresó al enterarse de la desaparición de su novio, con quien estaba a punto de completar cuatro años de relación.
Nolbeiro Muñoz y Alexánder Quirama fueron enterrados este viernes en un cementerio del sur de Bogotá. No es claro para nadie cuál fue la suerte de estos muchachos en sus últimas horas de vida. La última palabra la tiene la Fiscalía, quien deberá determinar si en realidad esto fue un falso positivo del Ejército, si los jóvenes fueron reclutados por alguna banda criminal y llevados a Chivor con falsas promesas, y allí alguien alertó al Ejército de presencia de sujetos extraños y éste llegó y les disparó.
Nolbeiro Muñoz Gutiérrez, de 23 años, un desmovilizado de las Farc, apareció muerto el pasado 17 de septiembre en un paraje del municipio de Chivor, en el departamento de Boyacá, junto con Alexánder Quirama, de 31 años, ambos vecinos de cuadra. Los dos fueron reportados como muertos en combate por tropas del Batallón Bolívar del Ejército, un día después que desaparecieron de su barrio la localidad Rafael Uribe de Bogotá.
Así como pasó la noche, el viaje para recoger el cuerpo fue eterno y doloroso. Desde Quipile, en donde vive, viajó hasta Bogotá y a las 4 de la mañana en punto de este jueves estaba lista en la sede de la Personería Distrital, en el centro de la ciudad. Engarrotada del frío, vestida toda de negro, con un pañuelo blanco que apretaba entre sus manos y en absoluto silencio, María Eugenia se subió a la camioneta de la Personería al lado de su nuera, Constanza García, una jovencita también desmovilizada, que decía estar lista para reconocer el cadáver de su novio Nolbeiro. Junto a ellas iba Héctor Quirama, el hermano de Alexánder, un paisa de 30 años que recordaba nuevamente que su hermano padecía serios problemas mentales y que por eso no entendía cómo el Ejército lo “dio de baja” en un supuesto combate.
Llegar al municipio de Chivor toma unas cuatro horas. Se arranca por la Autopista Norte, luego se llega a una carretera de cascajo llena de huecos y polvo, y después hay que atravesar la represa en un planchón, para luego andar otra vez por una carretera destapada y llegar finalmente a esta remota zona esmeraldera que, hasta hace 10 años, tenía graves problemas de violencia.
Pasadas las nueve de la mañana, llegamos al pequeño pueblo que está empotrado en una montaña. Hubo que legalizar documentos, buscar autorizaciones, poner una firma aquí, otra allá y por fin, a las 4 de la tarde, ambas familias se fueron rumbo al cementerio en una procesión de tres policías, el alcalde, dos improvisados sepultureros y la mirada curiosa de los chivorenses a las afueras del campo santo.
En esta zona, donde ahora la vida pasa tranquilamente, el rumor es que la muerte de los muchachos fue otro falso positivo del Ejército. Las familias no se explican por qué desaparecieron de Bogotá un día y al otro aparecieron muertos con armas de largo alcance.
“A mí me llamaron la madrugada del 17 de septiembre los campesinos de la vereda Camoyo. Me dijeron que habían oído disparos y que habían muerto dos personas. Después el Ejército me contactó y yo fui hasta el lugar. Hablé con un cabo que estaba al mando de los militares y me dijo que dos días antes estaban patrullando la zona porque sabían de la existencia de bandas en el lugar”, dijo a Semana.com Néstor Sánchez, alcalde de Chivor.
Dicen en el pueblo que a uno de los muchachos lo encontraron atracando una tienda de carnes días atrás (Alexander, el que padecía trastornos mentales). Pero que al otro no lo conocían. El Ejército se mantiene en su versión de que fue una baja legal y que las explicaciones que tiene que dar las entregará a la Fiscalía.
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“Yo tengo una cosa en la garganta que no me deja pasar saliva; eso es porque no he llorado”, dijo Constanza mientras miraba las dos bóvedas donde reposaban los cuerpos de Nolbeiro y Alexánder, identificados cada una como “N.N.1 Moreno” y “N.N.2 Mono”.
Más de una hora se tardaron en romper el adoquín y el cemento con el que sellaron la tumba de ambos. Aunque los mazazos daban contra la pared, doña María Eugenia sentía que eran contra su corazón: “Ay Dios mío, Dios mío”, susurraba la señora ahogada en lágrimas, apretando las manos contra el pecho, como queriendo que no se le saliera.
Mientras eso pasaba, casualmente otra noticia de falsos positivos se conocía en Bogotá: la destitución de 10 militares que habían pasado por el batallón La Popa, en Valledupar, responsables posiblemente de un sinnúmero de asesinatos fuera de combate que en varias ocasiones hicieron pasar como guerrilleros dados de baja.
“Uno lo que se pone a pensar es que ellos hicieron este mismo recorrido que acabamos de hacer nosotros, ¿pero para qué?, ¡a esto tan lejos! yo todavía no entiendo nada”, dice Héctor Quirama, quien en dos oportunidades había hecho el mismo viaje averiguando por la suerte de su hermano.
Resignados, todos se devolvieron para Bogotá. Doña María Eugenia, con ese silencio que lo dice todo, se sentó en su silla y sollozó un rato largo. Constanza sacó un reproductor de música y por fin se desahogó al escuchar el corrido de un cantante del Caquetá, llamado Uriel Henao, que inevitablemente le recuerda a Nolbeiro: “Te amo, y no puedo ocultarlo, y no puedo evitarlo, tu me vas a matar. Te extraño, desde el día en que te fuiste y me dejaste tan solo, sufriendo mi penar”, cantaba Constanza, quien estuvo en Chile y luego en Tel-Aviv, Israel, desde donde regresó al enterarse de la desaparición de su novio, con quien estaba a punto de completar cuatro años de relación.
Nolbeiro Muñoz y Alexánder Quirama fueron enterrados este viernes en un cementerio del sur de Bogotá. No es claro para nadie cuál fue la suerte de estos muchachos en sus últimas horas de vida. La última palabra la tiene la Fiscalía, quien deberá determinar si en realidad esto fue un falso positivo del Ejército, si los jóvenes fueron reclutados por alguna banda criminal y llevados a Chivor con falsas promesas, y allí alguien alertó al Ejército de presencia de sujetos extraños y éste llegó y les disparó.
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